El doble filo de las palabras
Se reconocieron con una mirada. El magnetismo que les acercaba era más fuerte de su capacidad de disimulo. La siguió hasta el baño. Se sonrieron con timidez y una educación que les hubiera gustado olvidar. Él estaba dispuesto a hablarle, fuera como fuera. Entró en el lavabo y esperó a oír tirar el agua en la toilette de señoras justo al lado. Abrieron la puerta al mismo tiempo y se encontraron uno frente al otro.
- Parece que tenemos el mismo ritmo.
- Eso parece.
- Perdona si te he mirado con tanta insistencia. No he podido evitarlo.
Ella sonrió.
- ¿Crees en los amores a primera vista?
No contestó pero un ligero color rubí apareció en su cara. Tenían prisa para salir de ese espacio tan angustio y poco propicio para que pudiera desarrollarse algo más limpio que la infidelidad. Parados inmoviles, como si esperaran ser transportados a otro lugar, se intercambiaron los móviles.
Al día siguiente, la llamó y quedaron inmediatamente en un bar para un café.
Ella había acabado su turno en la tienda de ropa donde trabajaba. Se presentó divina, con un poco más de maquillaje que la noche anterior, una falda de tubo muy ceñida, unas botas de piel de serpiente con una punta muy marcada y unos tacones de diez centímetros. Las botas se ajustaban a los finos tobillos y su forma de andar estaba compuesta por cortas pero distinguibles zancadas muy pausadas. Sin la presión de la falda esos pasos hubieran sido mucho más sinuosos y elegantes pero menos impactantes.
No pararon de mirarse durante todo el tiempo que estuvieron en la cafetería.
Rápidamente él se la llevó a casa. Subiendo en el ascensor empezaron a besarse. Un beso que había temblado en sus labios toda la noche. Inmediatamente, entre remilgos y pausas, sus respiraciones se hicieron entrecortadas. Abrieron la puerta y cruzado el umbral sus cuerpos se pegaron y anudaron mientras intentaban quitarse la ropa.
Acabaron en el frío suelo. Pero sus cuerpos quemaban.
Anclada a cuatro patas dejaba que él le tirara del corto pelo con una mano mientras la poseía por detrás.
Sonó el teléfono móvil que tenía en el bolso.
- tengo que contestar. Dijo con los labios hinchados.
- Contesta.
Era su novio.
Su amante empezó a deslizarse dentro de ella con una lentitud exasperante.
Ella cerró los ojos y y con voz entrecortada dijo:
- Dime algo bonito. Hazme el amor por teléfono. Dime que me comes el coño.
La mano de su amante ocasional apretó con más fuerza los cabellos que tenía en la mano y estiró al mismo tiempo que la penetraba con fuerza. Un encotronazo directo al alma.
Un suspiro y un gemido.
- Sigue, sigue, que me estoy masturbando, dime que me quieres. Dímelo. ...otra vez... dime cosas bonitas. Suspiró en el auricular.
Se corrió en una implosión entrópica de sus contracciones espasmódicas.
Colgó y entonces su amante explotó dentro de su esfínter, soltando un grito antiguo, casi ancestral.
Se quedaron al lado de la puerta, en el suelo frío, anudados, mirándose en los ojos sin decir palabra. De vez en cuando él alargaba la mano para acariciarla.
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